Un barrio que yo frecuentaba mucho cuando vivía en Lugano y Mataderos.
El barrio de Flores era lo que tenía más cerca para salir a tomar algo, ir al cine o algún pelotero con la nena.
En la esquina de Lafuente y Rivadavia había un local de comidas rápidas al cual íbamos con la bisabuela de mi niña y nos quedamos largas horas charlando.
Yo tenía el pediatra relativamente cerca y ella siempre se hacía un ratito para vernos.
Recuerdo una vez que yo tenía que irme rápido y no podía quedarme a tomar nada, nuestra bisabuela vino especialmente a la consulta del médico, para ver a la nena solo ese ratito, solo esos minutos donde el pediatra la soltaba después de pesarla y medirla.
Parece que lo veo al doctor, super sensibilizado producto que la abuelita encima que no andaba bien de sus piernas, había venido a pasar un ratito con nosotras.
Y ese ratito era mínimo, solamente el tiempo de la consulta. Pero con demora y todo tuve que ceder, tenía que hacer mínimamente el mismo esfuerzo que ella había hecho por ver a mi hija, decidimos irnos a un bolichón allí cerquita nomas .
Hoy después de muchos años, mi niña ya no frecuenta pediatras y la bisabuela hace rato que se convirtió en ángel, pero la esquina del barrio porteño la sigue suspirando.
La estación de Flores le hace honor a su nombre, es un lugar lleno de colores y formas que alegran la vida. Cuando recuerdo la estación recuerdo a Martita, una gran amiga que me enseñó mucho.
La acompañaba al médico, tomábamos café y charlamos en los barcitos cerca del romántico sonido del tren. Hoy también ella también es un ángel
Tengo lindos recuerdos en el barrio de Flores, aunque a veces este tipo de suspiros se me convierten a pura melancolía de molinos de viento.
Esos molinos de viento que todos tenemos pero pocos declaramos, por que los golpes de sus aspas duelen, pero aunque sea duro y a veces los suspiros se conviertan en melancolía hay que seguir para adelante por que "Ladran Sancho, señal que cabalgamos"